¡MIL GRACIAS, PERO...NO!

He dicho muchas veces que la política es impredecible. Estando ocupado en las tareas propias de la Gobernación de Santander, ni se me había ocurrido la posibilidad de aspirar nuevamente a la Presidencia de la República.

Pero sí lo han comenzado a pensar otras personas, con generosidad y confianza que abruman. En las últimas semanas he recibido visitas, llamadas telefónicas y mensajes electrónicos de amigos que me invitan a examinar esa posibilidad. Argumentos no han faltado para tratar de convencerme. Y me los han presentado con insistencia y convencimiento, hasta el punto de hacerme sonrojar por la exagerada amabilidad con la que se refieren a condiciones, calidades y ventajas de las que no soy consciente.

He entendido estas gratas expresiones como muestras de amistad, que agradezco. No puedo ser tan mentiroso como para decir que me han disgustado. A cualquiera le halaga que otras personas lo elogien y le pidan que asuma una actitud de representación política y ciudadana, sobre todo si es alguien dedicado de cuerpo y alma al servicio público. Soy un político y lo digo con alma y cerebro perfectamente sincronizados. No un político profesional, sino un profesional de la política, como en su momento lo dijera Jorge Eliecer Gaitán.

En su mayoría mis interlocutores al respecto son dirigentes o militantes de mi Partido, que he conocido a lo largo de una lucha de cuarenta años, durante los cuales he tenido victorias y derrotas, satisfacciones y amarguras, absolutamente siempre en las filas del Liberalismo. Gente buena, querida, combatiente, veteranos muchos, pero también jóvenes que me conocieron en la contienda electoral, en la academia, o en el ejercicio gubernamental.

Lo curioso del caso es que no han sido solo liberales. También conservadores, gente de la izquierda democrática, maestros, empresarios, luchadores sociales, sindicalistas, estudiantes. No han sido miles, pero da gusto saber que después de tantos desgastes, de tantas veces perseguir infructuosamente lo que en mi caso ha sido una quimera, haya tantos que aún me tienen cariño, confianza, solidaridad. ¡Qué emoción!

En circunstancias diferentes a las que tengo, seguramente lo hubiera pensado. Humanos somos, diría alguien, sujetos a tentaciones y ambiciones, tan explicables en el campo de la política. Pero en esta oportunidad no es posible, porque debo cumplir con responsabilidad el encargo que me confiaron mis paisanos.

Adquirí con Santander y los santandereanos un compromiso inclaudicable. Debo gobernar hasta el final del período y ejecutar plenamente el programa que ofrecí durante la campaña electoral, plasmado en un Plan de Desarrollo que fue escogido como el mejor de Colombia. Voy bien, pero tendré que ser cada día mejor, más eficaz, eficiente, útil, realizador. Y demostrar que los políticos somos serios, responsables, ejecutivos, honrados.

Mil gracias. La política es dura, difícil, a veces ingrata. Pero tiene satisfacciones. Seguiré en la política, claro, pero ahora tengo definida una responsabilidad en Santander. Y debo cumplirla. Además, sé que hay quienes pueden representar mis ideas, y triunfar, creyendo en la paz y ampliando la democracia.

APROVECHEMOS LAS ELECCIONES

Empezó en serio la campaña política. El año entrante tendremos elección de Congresistas y Presidente de la República. O Presidenta, pues varias mujeres han manifestado su intención de postularse, lo cual es una edificante manifestación de pluralismo. Con esta notable noticia, la consulta liberal, los planteamientos del Polo, la discusión interna en el Partido Conservador sobre si van o no con candidato propio, la incertidumbre sobre lo que hará Cambio Radical, la reciente postulación del Partido de la U y el referendo reeleccionista, comenzó el proceso electoral, que promete ser interesante.

Lo será en la medida en que se aprovechen las elecciones para debatir amplia y públicamente los temas que inciden en la vida de los colombianos: el acuerdo humanitario y la paz, la democracia, la crisis económica mundial, la economía, la recesión, el desempleo, la desigualdad y la pobreza, las relaciones internacionales, la justicia, la parapolítica, el TLC, la educación, en fin, los aspectos prioritarios de la múltiple agenda nacional.

Un proceso eleccionario es la gran oportunidad que tiene toda sociedad democrática para examinar de fondo en qué está, para donde va, cuáles son sus problemas agobiantes, cuales las soluciones, que perspectivas tiene en el futuro, cuales son los mejores caminos para crecer, progresar y lograr bienestar. Y quien o quienes, en la Presidencia y en el Congreso, representan posibilidades válidas de mejoramiento. Es la ocasión más apropiada para que los Partidos se consoliden y logren credibilidad, y sus líderes impacten a la comunidad con análisis y propuestas.

Un tema infaltable en la discusión debe ser el de la descentralización. En la Constituyente se debatió ampliamente al respecto. Conclusión general fue la de fortalecer lo local, dar solidez institucional a los departamentos, crear la posibilidad de tener regiones y provincias y brindarle al país un nuevo ordenamiento territorial. Se aprobó la elección de Gobernadores, se entregaron competencias y, entre varias importantes decisiones, se dispuso que las Entidades Territoriales tuvieran participación en los ingresos corrientes de la nación. Había buen ánimo y compromiso. Y Colombia alcanzó a ser señalado como un Estado descentralizado, ejemplo en América Latina.

Pero se perdieron el entusiasmo y el compromiso. Vivimos un proceso de recentralización, nada conveniente. Se recortaron las llamadas transferencias y cada día que pasa son menores las atribuciones de los gobiernos locales y seccionales, mayores los trámites ante el poder central, y el ámbito de las definiciones sobre aspectos muchos que debían asumirse en los territorios han vuelto a corresponder a la órbita de lo nacional.

Es hora de un debate a fondo sobre la descentralización. Ningún momento más apropiado que el de la política y las elecciones. Muchos creemos que es necesario corregir el rumbo en esta materia, partiendo de un examen sobre la forma como se han aplicado los mandatos constitucionales y estableciendo las conveniencias del momento. El mundo avanza hacía las autonomías y el federalismo. No vaya a ser que en este aspecto también nademos contra la corriente.

EL QUE LA HACE, LA PAGA

La elección de Alberto Fujimori como Presidente del Perú fue un verdadero palo. Ni siquiera su contrincante y virtual ganador, el famoso Vargas Llosa, había considerado esa posibilidad. Cuando días antes de la fecha electoral Fujimori comenzó a figurar en las encuestas con una importante intención de voto, el escritor ni se había percatado de su existencia.

De ahí en adelante todo fue color de rosas para el nuevo Mandatario. El pueblo lo rodeó con alegría y su lucha contra la guerrilla y el terrorismo fue acogida fervorosamente. Sendero Luminoso empezó a apagarse y sus máximos cabecillas fueron abatidos o encarcelados, entre ellos el denominado “Presidente Gonzalo”. Para lograr la pacificación apoyó sin vacilaciones las llamadas “rondas campesinas”, una especie de paramilitares que hacían “limpieza social” y apoyaban al gobierno con alborozo.

Fujimori rompió con el tradicionalismo político y abrió posibilidades a nuevas expresiones partidistas. Eliminó al Congreso de la República para instalar en las curules legislativas a sus seguidores y se enfrentó resueltamente a la Corte Suprema de Justicia, hasta que logró sustituirla. Con avasalladores procedimientos pudo ubicar en las responsabilidades más importantes del sector público a sus incondicionales. Su poder se hizo inmenso y nadie le ganaba en las encuestas de opinión.

Como su popularidad crecía cada día, hizo lo necesario para que se reformara la Constitución Nacional y poder aspirar a la reelección presidencial. Lo logró y el pueblo lo apoyó resueltamente, hasta el punto de ganar en primera vuelta. Reelegido, encontró la manera de interpretar a su favor una norma constitucional, para buscar por tercera vez la Presidencia. A pesar de que se dio en el país una gran discusión sobre la legalidad y la conveniencia de esta nueva aspiración, el pueblo lo eligió nuevamente. Todo indicaba que se perpetuaría en el poder.

Pero vino la destorcida. Se conocieron muchas equivocaciones en el mando, los errores gubernamentales fueron creciendo, se supo de arbitrariedades y de abusos, se descararon muchos de sus funcionarios corruptos, las quejas sobre violaciones a los derechos humanos trascendieron las fronteras peruanas, los opositores fueron perseguidos y gravadas sus conversaciones telefónicas y se descubrieron las perversidades de Montesinos, su fiel servidor en el servicio secreto, una especie de DAS de los peruanos.

Como el que la hace, la paga, Fujimori terminó escapándose de su País y renunciando a la Presidencia.

Hoy, el héroe de ayer está preso y acaba de ser condenado a 25 años de cárcel, convicto de abusos y de atropellos, de complicidades en asesinatos, de indeseables comportamientos. De santo en el cielo, pasó a ser villano en el infierno.

El poder público exige ponderación y respeto al ordenamiento jurídico. En una democracia “el fin no justifica los medios”. La denominada “razón de Estado” no tiene cabida en un Estado de Derecho. Y es cierto que “el poder absoluto, corrompe absolutamente”. Fujimori en la cárcel, reo de violaciones y de abusos, es motivo de tranquilidad para las democracias latinoamericanas.

TREGUA SANTA

El Presidente Uribe le propuso a las Farc iniciar en Semana Santa una tregua por cuatro meses, que permita el inicio de un nuevo proceso de paz. La noticia ha generado toda clase de reacciones, dado que el Gobierno ha preferido en los últimos seis años la mano dura de la seguridad democrática y no el corazón grande de la negociación. Lo dos mandatos del Presidente Uribe han sido una larga apuesta por la derrota militar y política de las Farc. La verdad es que se han logrado buenos resultados.

Nada se ha dejado al azar. El Gobierno ha sido reiterativo en su estrategia de guerra total contra las Farc. No en vano fue el principal aliado de George W. Bush en la cruzada mundial contra el terrorismo y su postura es vista por algunos estrategas militares como el paradigma de lo que se debe hacer con un país en épocas de guerra. Colombia y no Irak es el modelo a seguir que recomiendan los expertos en Afganistán.

La reciente propuesta del Presidente Uribe tiene que entenderse en el contexto de un nuevo escenario internacional marcado por el fin del discurso de lucha contra el terrorismo en los Estados Unidos, y una estrategia interna de acercamiento a las nuevas realidades políticas y paradigmas sociales. Si desde la Casa de Nariño se habla de paz es quizá porque se ha entendido que llegó el momento de cambiar de carril y hacer un giro hacia el centro.

Dados los antecedentes es bueno contextualizar el momento que vive Colombia, marcada por la crisis económica, la incertidumbre política, la zozobra ante el crecimiento de la inseguridad y el auge del narcotráfico. La paz siempre surge como una esperanza, un anhelo colectivo. Para el Ejecutivo hoy es más rentable, políticamente, hablar de tregua y diálogo que de guerra total, enemigos internos y terroristas. A muchos colombianos nos parece correcto el objetivo de la paz. La Iglesia Católica marcha en ese sentido.

Las Farc han sido refractarias a los llamados del Presidente Uribe. Los golpes militares del gobierno, sin embargo, duelen en la moral de las tropas revolucionarias, que soportan el embate oficial. Los jefes insurgentes no están dispuestos a negociar con Uribe sin haber alcanzado primero el Acuerdo Humanitario, que es un tema de honor del Secretariado General, mucho más después de la Operación Jaque.

Las Farc han optado por el diálogo epistolar con Colombianos por la Paz. Para ellas el modelo del Alto Comisionado para la Paz está agotado. Por eso han recrudecido sus operativos militares. No es derrotados como esperan llegar a una mesa de negociaciones.

Dada la magnitud del conflicto y sus altos costos para el país, bien harían las Farc en cogerle la caña al Presidente Uribe. Decretar una tregua unilateral, que debería dar paso a una agenda de cambios profundos en la manera como se entiende el conflicto armado. Necesitamos una tregua santa para salir de este víacrucis.

EL FIN DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

Oficialmente la guerra contra el terrorismo se volvió un término obsoleto en el lenguaje de Washington. La secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, acaba de hacer el anuncio oficial a diez mil pies de altura, mientras se desplazaba a La Haya.

Semejante noticia tiene enormes repercusiones internacionales y su coletazo se sentirá en Colombia, en donde la guerra contra el terrorismo ha marcado la agenda interna y externa durante los últimos años. No en vano, la seguridad democrática ha esculpido la política electoral y validado el cambio de uno que otro articulito de la Constitución.

Era hora de que el Presidente Obama diera ese enorme paso, previsible desde su triunfo en las urnas. Con la excusa de la guerra contra el terrorismo y de la mano de Bush, el mundo entró en la peor etapa de retroceso de las libertades democráticas. Los derechos individuales fueron reprimidos y un Estado, paranoico y retardatario se apoderó del destino de los ciudadanos.

Los atentados del 11 de septiembre sirvieron para derrumbar las Torres Gemelas en Nueva York, ante los ojos de los televidentes, pero también, para derribar cualquier dique que impedía que se entronizara una sociedad policiva que convertiría a todo ser humano en sospechoso.

El lenguaje de la guerra contra el terrorismo anuló las posibilidades del disenso. Y de la oposición. O se estaba con el Presidente y el Estado o se era amigo de los terroristas. No había espacio para controvertir, ni para pensar. Solo para obedecer. Cualquier persona que se atreviera a dudar de la validez de la guerra contra el terrorismo era un terrorista. Intelectuales, periodistas, sindicalistas, líderes de las minorías, políticos de izquierda, todos quedaron reducidos. Cada palabra podría ser empleada como cabeza de proceso criminal o de traición a la patria.

Gracias a Obama el mundo ha dado un radical giro. Pero las huellas de esa guerra contra el terrorismo, que llevaron a Bush a invadir con mentiras a Irak y a entronizar el poder de las grandes corporaciones, sigue produciendo asco. Y vergüenza a quienes sostuvieron ese régimen de mentiras y traición a la democracia, a la Constitución y al pueblo.

En Colombia se sentirá ese drástico y esperado cambio en la agenda mundial. Sus efectos hacen predecir menos dinero para el Plan Colombia. Y más recursos para luchar contra el hambre y el atraso. No hablar más de la guerra contra el terrorismo dará paso a una agenda más abierta a la integración, los consensos, el diálogo y la cooperación, con un sistema de Naciones Unidas revalidado y respetado.

Obama está pintando un nuevo mundo. Sus socios en nuestro continente son otros. La Casa Blanca es visitada hoy por quienes antes los halcones de Washington consideraban perfectos idiotas latinoamericanos. Y los aliados de antes esperan una tarjeta de invitación para recibir el nuevo manual del pacifismo y la solidaridad. Así es la real polítik.