ES LA PAZ, ESTUPIDOS

Los mercaderes de armas están de fiesta. El mundo se ha convertido en un inmenso supermercado de compra y venta de todo tipo de instrumentos de muerte. América Latina no es la excepción. Lo paradójico es que son los países pobres los que están sacando de la crisis económica a las potencias, al destinar sus menguados presupuestos a la compra de aparatos de destrucción que tal vez nunca se usen, pero que en los juegos de la piromanía regional constituyen enorme peligro.

Llegó la hora de la diplomacia. De congelar las chequeras, conectar el cerebro y escuchar las voces de quienes desde todos los lugares del continente clamamos por una América en paz.
Los medios de comunicación publican todos los días las nuevas compras del vecindario. Una larga lista de artefactos que van desde submarinos nucleares, misiles tierra aire y corbetas, hasta fusiles, radares y bases militares. Una oleada de compras y situaciones que generan cambios dramáticos en la geopolítica regional y encienden las alarmas.

Rusia, Francia, Israel, Estados Unidos, China. Todos en jolgorio con los ímpetus militaristas que se pasean por el continente. En aras de la disuasión, se está creando enorme confusión. El nuevo orden internacional que se está generando, tras el fin de la era neoconservadora de Bush, es cada día más caótico. Hemos pasado de la guerra contra el terrorismo, al terrorismo mediático de la guerra, que ya no es fría, sino que se vuelve caliente en las naciones con narcotraficantes, guerrillas, paramilitares, pobres, lunáticos y sátrapas.

Un terrorismo que acaba con la confianza entre los pueblos, cierra los espacios a la diplomacia, legitima el uso de la fuerza e hipoteca el futuro de los pueblos. Los condena al miedo y la pobreza.
Lo que sucede en América Latina debe preocuparnos. Se acabó la tranquilidad. Los pueblos obligados por la historia a la unidad parecen condenados a la disolución. A la alineación con fuerzas que pregonan la ley del más fuerte. No hay razón para quedarnos quietos. Para no actuar. Lo que sucede más allá de nuestros límites debe ser tema central de la agenda pública.
Hay que detener el armamentismo en la región y levantar de una vez por todas las banderas de la reconciliación. Hay que superar el estado de desconfianza que siembran en el corazón de las naciones quienes necesitan países divididos, envilecidos por el odio y la desconfianza.

Expreso mi llamado a la diplomacia. Al diálogo. A que Colombia se siente en una mesa con Venezuela y Ecuador para superar los impases que han permitido que los mercaderes de la muerte se deshagan de sus saldos. Necesitamos desterrar del continente la palabra guerra. Los demócratas exigimos que se respete el mandato natural de la integración.

Es insólito que cuando todos creíamos que con Obama había llegado el tiempo de la paz, solo se hable de rearme y guerras inminentes. Absurdo. Parafraseando la conocida sentencia, toca decirles a los líderes del continente: es la paz, estúpidos.

¿HASTA CUÁNDO?

Demacrados, acabados, tristes. Desconsolados. Desesperanzados. Con el corazón en jaque y sin un espacio para soñar. Así se vieron las nuevas imágenes de los miembros de la Fuerza Pública en poder de las FARC, algunos desde hace 12 años. ¡Vergüenza para un Estado que se precia de seguro y democrático!

Colombia no puede seguir mirando hacia otro lado, como si el drama de los miembros del Ejército y la Policía en manos de la guerrilla no fuera un tema trascendental, que debería mover la solidaridad nacional e internacional y la decisión política del Gobierno para permitir su regreso.

Las declaraciones del General Luis Mendieta, lo dicen todo: “sigo sobreviviendo”. Un acto de heroísmo en medio de tanto desprecio por la vida y la dignidad. Pero también un mensaje a una nación engolosinada con los resultados de la Operación Jaque, que permitió el rescate de Ingrid Betancourt, los contratistas norteamericanos y un grupo de uniformados.

Pero quienes siguen en la selva, pudriéndose en vida, con el alma rota y la dignidad pisoteada, cayeron en el olvido. A casi nadie le importa su suerte. Mientras tanto los secuestrados se hacen más viejos, más vulnerables, más perdidos en sus frustraciones. Y no somos capaces de romper las cadenas y devolverlos a la vida.

Hace bien Piedad Córdoba en mantener en alto, con tesón, la bandera de la liberación de esos compatriotas. A pesar de los desplantes, las malintencionadas críticas, las maniqueas caricaturas de su lucha por la paz, las acusaciones de guerrillera, es de las pocas personas que con valentía mantiene viva la consigna de la libertad de los plagiados.

Las nueve pruebas de supervivencia que ha logrado tienen que conmover al país y al mundo. Pero sobre todo a quienes tienen las llaves para su liberación. Ni la Iglesia, ni los países amigos, ni el Sagrado Corazón de Jesús, parecen poder revocar la orden de dejarlos podrir en la selva hasta que las FARC los liberen sin ninguna contraprestación, los rescaten a sangre y fuego o se mueran en el camino.

Lo que ha sucedido con esos compatriotas debe dolernos. Hemos sido incapaces de defender la honra, la vida y la libertad de quienes se jugaron todo por la democracia. Y con razón hoy se sienten abandonados a su suerte y traicionados por el Estado. Tiene razón el sargento Arbey Delgado en su reclamo al Gobierno Nacional. “¿Qué pasa con nosotros? ¿No somos seres humanos? ¿Acaso somos animales?”.

Por desgracia, no hallará pronta respuesta. Porque mientras se crea en el rescate militar, será casi imposible el intercambio humanitario. ¿Hasta cuándo? Nadie sabe. Porque este país esta embobados con la agenda del referendo, de espaldas a los grandes problemas con el vecindario y mirándose el ombligo como si este fuera el paraíso. Mientras en la selva los plagiados padecen el infierno. Regresarlos, liberarlos, devolverlos a sus familias, es una cuestión de solidaridad y dignidad nacional. ¿Es muy difícil entenderlo?